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Trabajo Sacrificado

  • Linda Matamoros
  • 23 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

Temprano en la mañana, específicamente a las 6am, empieza el día de labores para Don Hilario Alejandro Jordán, de 59 años de edad, quien se dedica diariamente a la recolecta de cangrejos en “Puerto El Morro” actividad que representa un sustento para su hogar.

Con ropa adecuada, protección para la cara y un par de guantes sale con su grupo de pesca –hijos y nietos- a la gran aventura. Hilario Jordán –Retornando al Puerto-

Transcurre la mañana y cada quien se divide a coger los crustáceos para el negocio que los espera al medio día. Entre el agua, lodo y palos, se encuentran los cangrejos, que son tan “pilas” que corren a sus huecos para no ser atrapados, pero para Don Hilario solo le basta una varilla y su brazo para sacarlos, y es que con los años de experiencia -35 años- ninguno se le escapa, corriendo tras ellos tal cual un león hambriento va tras su presa.

Al inicio se le complicó mucho aprender el oficio, sufriendo cortaduras y la decepción de regresar a casa sin los productos y no poder generar dinero para su familia. Con un brillo en los ojos recuerda a quien le enseñó este arduo trabajo, su padre, quien le dejó el legado para que siga de generación en generación y es lo que está haciendo, enseñándoles a sus hijos y nietos.

Durante su vida de cangrejero ha sufrido varios robos en alta mar por parte de los llamados “piratas”; es por eso que en la actualidad se ha incrementado la seguridad marítima, pues afirma que no solo él ha sido víctima, sino también algunos de sus colegas.

Este trabajo lo realiza en varios manglares de la zona, pero “Manglar Alto” es donde lo hace con más frecuencia, ya que es allí donde puede encontrar con mayor abundancia y de mayor tamaño éstos crustáceos.

Pasan las horas, y minuto a minuto se suman los cangrejos a las gavetas de Don Hilario, cuando están llenas es señal de que por el día ha sido suficiente, completando de 4 a 5 atados –cuando los días son buenos- porque también hay días malos, afirma.

Observa su reloj y cuando este marca las 12 del día es señal de que ya es hora salir para vender sus productos, sube a su pequeña lancha -deteriorada, descolorida y parchada por los años de trabajo- y con un silbido –apagado por el agotamiento- llama a sus compañeros para retornar al puerto.

Comerciantes mayoristas de varios sectores –Guayaquil, Santa Elena, Libertad y Salinas - esperan en el pueblo para comprar tan ansiados mariscos que son vendidos como pan caliente en las grandes ciudades del país, afirma que el pequeño comerciante es el que menos gana, ya que el atado es pagado a $7 dólares y los mayoristas lo distribuyen de $13 a $14.

Finalmente, a las doce y media del día, retorna a casa con su pequeña venta diaria, a veces feliz por haber hecho un buen negocio y otros con un poco de tristeza por no haber tenido un buen día, pero el optimismo de este gran hombre y el amor a su familia le hace pensar en un mañana mejor.

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